Comprando discos {Taky M. Ércoli }

Una maldita alarma de celular empezó a sonar dentro de la habitación. El moreno se levantó despacio, con el rostro desencajado y ganas de darle un golpe a alguien. De todas las personas que dormían en la sala, tiradas por todos lados, nadie se movía. Ese era el problema de tener sueño ligero, que el más mínimo ruido te despierte. Maldijo en voz alta, mientras movía algunos cuerpos dentro del sillón y encontraba el móvil que hacía ese molesto ruido. Cuando lo encontró, en lugar de apagarlo, lo metió dentro de un vaso lleno de whisky. No le importaba de quien era, y tampoco si esa persona se enojaba con él. ¿Quién podía una alarma para el día sábado a las díez de la mañana?

Sin pensarlo dos veces, cogió su guitarra y salió de la casa. Tenía paso atolondrado, los estragos del alcohol de la noche anterior le estaban pasando factura. Se puso sus gafas negras y ató sus rastas mientras caminaba sin rumbo fijo. Aunque no quería, llegaba a ser el centro de atención. Los ojos de las personas siempre estaban sobre él, había aprendido a convivir con eso. Su look, o daba miedo, o era muy extraño. Pero debía admitir que esa mañana tenía un polo azul acero, manga larga, de Ramones, y un pantalón negro. Nada del otro mundo.

Cruzó dos o tres calles, hasta que llegó a un lugar céntrico. El centro comercial. Aprovecharía para ir por los pedidos que había hecho el mes pasado, esperaba que ya los tuvieran. Fue por las escaleras eléctricas, subir las normales lo matarían en ese momento.

—Charlie, ¿tienes lo mío? —le preguntó al muchacho que estaba en la caja, a penas entró.

Era algo así como su amigo Tenían más o menos la misma edad y los mismos gustos. Siempre se mantenía en contacto, y era Charlie quien le traía los últimos discos originales y a buen precio. Antes de que Charlie pudiera contestarle, una voz conocida lo hizo girar hacia su derecha. Emma estaba parada a un tipo que la miraba de forma extraña. Taky se acercó al instante, luego de haber dejado su guitarra en el suelo. Le presionó los costados de su cintura suave con los dedos y le soltó un "bu" detrás de la oreja en forma de saludo. No pensaba encontrarla a esas horas de la "madrugada" por ahí.

—Creí que estarías con resaca, durmiendo —comentó en tono burlón, alejando al instante al tipo que estaba al lado de la castaña.

El moreno sabía que la semana de Emma no había sido la mejor, y el cuerpo no le daba para ir a ningún lado ese fin de semana.

Podía decirse que cuando de exámenes se trataba el moreno se cuidaba de no desvelarse en alguna fiesta, pero también debía admitir que no ser privaba de otros placeres que le tomaban cierto tiempo en especial. Para otras personas era diferente. Se metían tanto en los estudios, que luego terminaban tan agotadas que el cuerpo no les daba para más. Parecía ser el caso de la castaña, quien reconocía no tener cabeza para las fiestas en ese momento. La entendía, solo en una pequeña parte.

—Sí, claro, ¿qué haremos esta noche? —preguntó divertido, en tono sarcástico.

Entonces sintió el golpe en el hombro y soltó una carjada. Normalmente la hora de despertarse, un sábado, era al medio día, o mucho después. Para cualquiera que lo viera andando en la calle a esas horas, claro que sería extraño. Y Emma no era la excepción. Su comentario la dejaba al descubierto.

—Fiesta —fue su respuesta inmediata, no había otra razón por la que estuviera despierto a esas horas, y con ese rostro tan cansado.

Si bien no se le veían los ojos, gracias a las gafas cubre "delito", como solía llamarle cuando iba a clases con varios tragos demás, su cuerpo se veía flojo, y su manera de hablar también era más pesada y cansada. Parecía drogado, y cualquier persona que no lo conociera pensaría eso.

Se giró cuando Charlie lo llamó a sus espaldas, y le dijo que todavía no tenían el pedido. Miró a la castaña como diciéndole que lo espere un momento y fue hasta la caja. Le preguntó a Charlie cuándo llegarían y cuánto costaría aquello, él le contestó y Taky cogió su guitarra, para volver a donde estaba Emma.

—Tengo hambre, ¿dónde desayunamos? —preguntó en tono de niño pequeño cuando tiene algún capricho por cumplir.

Se quitó las gafas para poder ver mejor el lugar donde Emma quería tomar desayuno. Parecía confiable. Vendía café y donuts. Algo caliente y algo dulce, una buena forma de empezar la mañana. Aceptó sin pensarlo. Salieron del lugar, luego de que su acompañante le dejara claro al vendedor que por esta vez no se llevaría nada. Taky hizo lo mismo, pero sacándole el dedo medio, molestándolo antes de salir con ella por la puerta para ir a tomar desayuno.

El local estaba regularmente lleno. Cuando Emma llegó al mostrador tan solo pidió un café. El moreno puso cara de incrédulo. ¿Solo eso iba a pedir? Se rió con ella cuando vio todas las monedas que sacó de su bolsillo para poder pagar el café. Lo hizo, y Taky tomó su lugar para hacer su pedido.

—El café de la señorita que sea grande, yo pago la diferencia —le dijo a la muchacha que atendía —yo quiero uno igual, pero sin azucar, y una caja con doce donuts. —anunció con una amplia sonrisa en el rostro, viendo la cara de sorpresa que tenía la joven que los atendía.

Ambos se quedaron en la fila, esperando sus pedidos, que eran muchos. Él miró a Emma y le guiñó un ojo, divertido, ella conocía bien su forma de alimentación. Aunque era vegetariano, comía como descosido. Y en ese momento, moría de hambre, no se iba a conformar con una taza de café. Cuando el estómago de Taky se pronunciaba, se le debía hacer caso.

—Como tú, así de guapo —le contestó soltando una risa baja, le gustaba molestarla —con exámenes, en realidad, tú entiendes —continuó, encogiéndose de hombros, porque para él no era un gran esfuerzo. Su carrera demandaba compromiso, y como era algo que en verdad le gustaba y para lo cual era talentoso, se le daba fácil.

La muchacha les avisó que sus pedidos estaban listos. Taky cogió su taza de café y la caja de donuts, y le tendió a Emma la suya. Le hizo una seña para que fueran a una de las mesas, así comerían y conversarían con tranquilidad. Se dio un sentón, poniendo las cosas sobre la mesa, y miró el contenido de la caja. Habían doce donuts, seis clásicas y las otras de diferentes sabores.

—¿Y tú cómo estás? Aparte de sexy, claro —le dijo antes de darle una mordida a su donut clásica, con una sonrisa amplia en el rostro —y empieza a comer, porque me lo puedo terminar —le advirtió mientras masticaba. A veces se olvidaba de sus supuestos modales, más cuando estaba en confianza.